DRAGONS

La noche huele a hachís y etiquetas de cuero, como si alguien hubiera decidido sustituir las emociones por maletas llenas de dinero y cajas con sellos. Las promesas grises se rompen contra el cristal de las cadenas, y al ritmo del beat se olvida todo: nombres, errores, lágrimas ajenas en el salón. Aquí el amor no es una causa sagrada, sino un hábito peligroso que da náuseas y te deja con ganas de más; la amistad se mide por la lealtad en la acción, y la devoción, por el peso de las medallas en el cuello.

El sarcasmo se desliza entre líneas, pero no le quita calidez: la vulnerabilidad se esconde bajo la bravuconería, y cada estrofa es como un sobre arrugado con signos de vida. El polvo en los zapatos, el humo en los pulmones, el dinero en la estantería y el reflejo que no obedece las reglas: todo esto suena con el mismo encanto indiferente que un cigarrillo silencioso después de una fuerte discusión.