Piano

El piano susurra como una coqueta en la penumbra, y al mismo tiempo todo a su alrededor grita: los cristales, el motor, los fans señalan con los dedos, como si la vida fuera una representación eterna. Aquí es importante no hacer preguntas: simplemente seguir la radio, tumbarse sobre los raíles de la melodía y dejar que la guitarra grite por encima de las delicadas teclas. La ternura y la jactancia van de la mano: champán en el salón, un ligero insomnio y la sensación de que cada mirada a los billetes convierte un metro de tiempo normal en un escenario.

La noche es como una larga pista en la que lo que debería haber cicatrizado sigue brillando con cicatrices; se paga la cuenta o no se paga: las reglas cambian sobre la marcha. Todo esto se percibe con cálida ironía: como si nadie tuviera la culpa, excepto la noche y la mala acústica, y al final basta con subir el volumen del «piano» y seguir adelante hasta que el sonido te arrulle.