Pyramide

El túnel cruje como si unas viejas cintas de casete recordaran su juventud: las luces parpadean, el polvo vuela y la voz rompe la pausa para lanzar al público otra verdad sobre el dinero, el miedo y las promesas vacías. Aquí no hay patetismo de revista, sino una cruda poesía cotidiana sobre cómo se cortan puentes, cómo se derriban pirámides y cómo los billetes verdes huelen a la vez dulce y mortalmente. Los estribillos son como gritos de los vecinos del edificio: bruscos, cortos y directos a la sien.

Una mezcla de ironía y amor cansado por el trabajo: formatos obsoletos, nuevas cuentas, manos manchadas de sangre y mano en el volante, todo esto se dice con calma, casi con profesionalidad. La jactancia se entrelaza con la conciencia de sí mismo de un veterano que conoce el precio de la fama y sabe contar los disparos por la espalda. La música no arregla el mundo, pero le arroja chispas, esas mismas que aún dan ganas de seguir viviendo, aunque sea con dificultad.