NON METTERCI BECCO

Brillo de hormigón, la frialdad de los relojes de lujo y el humo que se extiende en un bucle perezoso entre las frases. Todo parece ralentizarse como si la noche hubiera decidido ponerse gafas con lentes azules y volverse cinematográfica. Aquí la jactancia no suena como una pose, sino como un mantra del superviviente: "Estoy, luego he vencido". El contraste entre la riqueza y el gueto se disuelve en una sola bocanada, desde el tintineo de las pulseras hasta los bajos sordos que oprimen el pecho pero calientan desde dentro. En este sonido no hay moral, pero sí una confianza forjada en el asfalto y el humo. Todo a su alrededor se mueve según las leyes de su propia gravedad, donde la autoridad no se mide por palabras, sino por el peso de las cadenas y la cantidad de "psh" vividos en el estudio. El mundo es resbaladizo, peligroso, pero en él es extrañamente acogedor: todo es honesto, todo está en su lugar.