Vrais

Huele a gasolina, ira y zapatillas caras. En el aire se oye el rugido del motor y un silencioso «hey» al compás del ritmo, como si la ciudad misma cantara, haciendo clic con las luces. Aquí todo trata de aquellos que cayeron, se levantaron, volvieron a caer, pero convirtieron su obstinación en un oficio. De aquellos que no rezan, sino que cuentan: ceros, posibilidades, cartuchos.

Las palabras vuelan como una ráfaga, pero en cada línea se nota el cansancio de quien ha visto demasiadas veces cómo sonríe la «falsedad» a su lado. Y ahora, cuando el ruido se calma, solo queda el tintineo de los vasos vacíos y la certeza de que se puede salir del fango, pero volver allí, ni hablar.

La música suena con pesada dignidad, no es alarde, sino una ronca reivindicación de la vida. Es ridículo, por supuesto, pensar que se trata solo de dinero. Se trata del respeto por uno mismo, cuando todo lo que te rodea es efímero.