Shinunoga E-Wa

El amor aquí suena como un absoluto que no admite concesiones. Ni una comida de tres platos ni el brillo de las sonrisas ajenas importan si esa persona especial está cerca. En cada línea se percibe la incondicionalidad: mejor el fin del mundo que la separación, mejor la muerte que una vida sin «nosotros». Y, sin embargo, no hay melodrama, solo una honestidad descarada, aderezada con una ternura obstinada.

La música fluye a veces como una ola de pasión, a veces como una sonrisa, como una confesión lanzada entre medias: sí, el corazón a veces vacila, sí, hay pensamientos superfluos, pero, aun así, siempre se vuelve al mismo nombre. Este amor no se parece al de los cuentos de hadas, sino más bien a una discusión constante que, al final, termina en risas y abrazos. No es perfecto, pero tiene lo más importante: la imposibilidad de imaginar el final sin ese «tú».