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El alma choca contra las paredes de su propio cuerpo, como un pájaro contra el cristal, y de ese sonido se siente miedo y belleza al mismo tiempo. Todo es demasiado vivo: la piel, los pensamientos, la respiración. Incluso el dolor de repente adquiere la forma de gratitud, porque te recuerda que aún existes. El diálogo interno se convierte en un duelo donde ambos oponentes tienen la misma cara y la misma culpa. Cada palabra es como una grieta en un espejo, detrás de la cual parpadea el reflejo de uno mismo. Quiero romper este interminable "yo y yo" para que quede simplemente la vida, sin cálculos, sin contar calorías ni minutos. Y en este desesperado deseo, casi una oración: bendecir todo lo que hay dentro, incluso lo que duele mirar.