Capri Sun

La noche parece succionar el aire de los pulmones: entre tres sicarios, el olor a hachís y el extraño zumo infantil Capri Sun, se desliza un niño del mundo, a la vez divertido y aterrador. El estado de ánimo es como el brillo y la trivialidad, la bendición y la condena en una sola línea, con el Mercedes parpadeando de fondo; parece que todas las respuestas se esconden en un frasco vacío y la ansiedad viaja como pasajera. La voz vierte sobre la novela sentencias cortas: el amor cura o mutila; después de él solo quedan rasguños y reparto de roles: servir, callar, huir. El dinero y la traición van de la mano, como viejos conocidos; la casa se hizo más grande, pero las sombras siguieron siendo las mismas, y nadie saldrá ileso de este juego; al anochecer se oye cómo la memoria evoca las pérdidas y los intentos de empezar de nuevo. La mañana recibe con ojos hinchados y amargura: casi todo se ahoga en un mar de mierda, pero los que permanecen a bordo son una rareza y una verdad. La ironía es que un pequeño sorbo de Capri Sun aún puede calmar los ataques de pánico, y la capacidad de mentir a veces resulta ser una herramienta de trabajo en un mundo donde la verdad es un lujo.