Astrid

La calle es como un estudio fotográfico en movimiento: diez minutos, diez fotos, diez historias aplazadas, y ya se puede considerar que el día ha sido productivo. Aquí todo se mide por niveles: el tope superado, las noches en el estudio, las transmisiones en directo y los clips en Instagram como sello de un pasaporte exitoso. Ruido, dureza y un poco de pomposidad: la valentía no se comprueba con palabras, sino con la resistencia ante la cámara; los débiles se despiden con la mano, y los que se quedan pintan la realidad a su gusto.

Bajo esta armadura se esconde un delicado juego de control: la atención es la moneda de cambio, los «me gusta» son la aprobación, e incluso los ángulos de filmación pueden curar las dudas. No se trata de presumir, sino de aprender a mantener tu lugar en el encuadre sin perder el ritmo del corazón. Es divertido y un poco cálido, como en casa, cuando detrás de la pantalla y los hashtags sigue existiendo el deseo de ser visto, no para el espectáculo, sino para saber que todavía hay un lugar al que ir.