Impardonnable

Por el pasillo de la noche, como si fuera una tela negra, se clavan sonidos agudos: la pistola susurra con humo, la maleta está llena de ilusiones y paquetes, y los campos de algodón siguen cantando sobre viejas cuentas. Parece que se han vestido con pedrería y descaro felino, pero bajo el brillo hay un eco de versos esclavistas y carteras vacías, donde se esconde el estatus de las cartas. El ambiente es frío y aterciopelado: el lujo junto al olor de la cocaína, y todo ello brilla como un escaparate tras el que nadie se apresura a amar.

Los sentimientos son como las agujas dentadas de un reloj: un corazón roto no siente mucho, pero ha aprendido a imitar. Las ofensas son ruidosas, casi teatrales; el deseo de venganza suena como un estribillo que da náuseas y calor al mismo tiempo. La decencia discute con la verdad: se tienen hijos para mantener las apariencias; la amistad es una acción vendida, la corona es de alguien, y el reino es de aquellos que saben ser un poco más fríos. El resultado es una mezcla de amargura e ironía, como el café que se bebe en abrigo en el balcón: te da energía, pero te calienta poco.