115万キロのフィルム

Desde el primer segundo, todo parece un extraño experimento, como si hubieras encendido la radio y, en lugar de sintonizar una emisora, hubieras captado una señal extraterrestre. Las frases se interrumpen, se convierten en «oooh» y «woo-hoo», y la música, o bien te toma el pelo, o bien te transporta a un trance. La mezcla de idiomas y sonidos sin sentido la hace parecer un sueño en el que la trama se ha perdido hace tiempo, pero el estado de ánimo se mantiene firme.

Cada repetición de «wu-huu» funciona como un resorte que rebota: parece que no es nada especial, pero es imposible dejar de escucharlo. En algún lugar entre la risa y el absurdo nace una sensación de ligereza, como si se viajara en un autobús sin destino, cantando con un coro desconocido. Y aunque las palabras se parecen más a un conjunto de sílabas aleatorias, eso es precisamente lo que atrapa: a veces la música no es necesaria por su significado, sino simplemente para permitirse sonar ridícula, fuerte y viva.