Lama-Lama

Suena como la banda sonora de una correspondencia, donde cada «leído» golpea un poco más fuerte de lo que uno quisiera. Todo es lento, casi un susurro, como si la noche misma escuchara cómo alguien pierde la paciencia. Las líneas fluyen con cansancio, sin dramatismo, pero con esa sensación familiar: cuando el amor aún existe, pero ya no hay fuerzas para esperar.

En la voz no hay resentimiento, sino un silencioso agotamiento. Esa ternura que no se va con un grito, sino que simplemente se apaga, como la pantalla del teléfono después del último mensaje. Y en algún lugar, en lo más profundo, todavía arde una tonta esperanza: tal vez se acuerde. Tal vez escriba. Aunque parece que es hora de dormir.