Adriano

El aire del club huele a brillo de labios y gasolina: allí donde en las historias se rompen escenas, en la luz viva se llevan a cabo transacciones y pequeños dramas. En palabras: el retrato de una chica con un cuerpo perfecto, con amigos que la apoyan y con un pie en el espectáculo y otro en la cola de la entrada: todo a la vista, todo bajo control y, al mismo tiempo, un poco vacío. La voz parece hojear su perfil, señalando los kilómetros recorridos y las pequeñas astucias que la hacen inalcanzable y, al mismo tiempo, tan fácilmente vulnerable.

Bajo el ritmo se oye el ritmo habitual del ascenso: Mercedes-Viano, quince en el salón, «volver al cheque» y el gambito de nombres como Adriano: no son solo réplicas, es una carta de supervivencia. La jactancia convive con el cansancio, y la ostentación con el pragmatismo: el amor queda inmediatamente pospuesto, no hay anillo a la vista, pero hay una cuenta y un motor que no falla. Todo este bullicio brillante se asemeja a una máscara nocturna: brilla hermosamente, calienta por un segundo, y luego vuelves a querer apagar la luz y comprender lo que realmente queda.