La capucha

Huele a cansancio y a carretera. Es como si todos fueran tuyos, pero no quieres dejar que nadie se acerque a menos de tres metros. La cadena brilla, el motor se calienta, en algún lugar debajo de la camiseta late la costumbre de aguantar, no por aparentar, sino porque de otra manera no se puede sobrevivir.

En su voz hay una mezcla de calma blindada y tranquila melancolía: parece que todo va según lo previsto, pero el plan se ha convertido desde hace tiempo en una simple forma de no derrumbarse. El dinero fluye, el escenario ruge, el público grita, pero por dentro hay un vacío resonante, como en un callejón después del rodaje de un videoclip.

No es un rey, ni un santo, ni siquiera un héroe, solo un tipo que lleva el timón y se mantiene firme. Y bajo el «capou» no solo hay un sombrero, sino también una armadura contra un mundo en el que todos quieren un pedazo. Y, sin embargo, en cada línea hay una pequeña señal: vivo, sigo adelante, toco la tierra, siento.