Scarface

Cuando la ostentación se viste con cadenas y tatuajes, y en el bolsillo se guarda el código condicional del corazón ajeno, surge una extraña sensación: un escaparate ruidoso y una fina herida al lado. Aquí está el patetismo del dinero, la petición de abrir el «cofre» del alma y el tímido intento de convencer de la sinceridad a través de diamantes y jerga; todo al mismo tiempo es ridículo y lamentable, como un selfie fugaz en el espejo del metro nocturno.

Suena como una nota de diario escrita al ritmo de un bajo contundente: muchas poses, un poco más de vulnerabilidad, y en algún lugar entre «estás fresca» y «volveré a mis billetes» se trasluce el deseo de ser comprendido. La risa y la tristeza van de la mano, y la petición de la contraseña del corazón resulta casi poética: así son los códigos románticos modernos, si se consideran sin ilusiones y con una pizca de cálida ironía.