TURYSTA

En algún lugar entre el tequila barato y la sensación de libertad absoluta reside una extraña felicidad. Una felicidad que huele a sol, sudor y Dior, todo mezclado. Cuando nadie sabe tu nombre, por fin puedes ser quien quieras: bailar hasta perder los zapatos, discutir con el camarero en un inglés chapucero, reír demasiado fuerte y no pensar en dónde descansará tu cabeza mañana.

Todas las convenciones sociales se quedan en casa, y aquí solo hay destellos de neón, el aire pegajoso de la discoteca y la ilusión de la eternidad, que dura exactamente hasta la mañana siguiente. Es una locura, una estupidez, pero es auténticamente vivo. Un turista borracho en una ciudad extraña, en su propio cuerpo y en una vida que no es la suya, pero por fin sin miedo a ser él mismo.