MESSI

No es una vida de lanzamientos continuos, sino una fe en el taller de voces crudas y mezclas nocturnas. Aquí no se espera que el talento caiga del cielo: ladrillo a ladrillo, hasta que la «casa con vistas a la casa» se haga realidad y el patio zumbe al unísono en lugar de las cigarras. En el lenguaje, hay un toque de bravuconería: comparaciones con leyendas del deporte, hipérboles sobre mil corazones en una sola cama, la promesa de llevar la música hasta el límite. Entre líneas, hay una obstinación que, por centésima vez, lo hace todo «de nuevo por sí misma», pide hablar cara a cara y se ríe de la dorada apariencia de los sueños «presidenciales». El ritmo cruje como la grava bajo las zapatillas, y en él se escucha la simple aritmética de la felicidad: menos lágrimas, más trabajo, y algún día la multitud cantará esto en lugar del despertador.