GOAT

Sonidos como el pulso nocturno de la ciudad: cuero, metal y gasolina bajo los pies. El ritmo late como un paso sobre el asfalto húmedo: el crujir de las cadenas, el clic de la pistola, y te viene a la mente la idea de que hoy todo el mundo es un gran escaparate de relojes caros y miradas vacías. Aquí, la ostentación no es solo un estilo, sino una postura de trabajo: las cadenas brillan, se apilan los billetes y todo ello resplandece como un árbol de Navidad sobre un fondo de sudor y humo.

La segunda idea es sobre el código: trabajar o nada, dinero en lugar de palabras, respeto ganado en peleas y carreras nocturnas. Hay en esta insolencia una especie de calidez cotidiana: consejos en lugar de caricias, lecciones para el hijo en lugar de cuentos, la dureza habitual como forma de cuidado. La ironía es que bajo la avalancha de amenazas se esconde una sencilla fórmula de supervivencia: mantener lo propio, no rendirse y pagar las cuentas de un mundo donde las reglas están escritas en calles sin salida.