Placebo

Como si la noche en París hubiera decidido hablar de corazón. Las luces se reflejan en la ventana, en la cabeza, los pensamientos se mezclan con el humo y el vino a medio beber. Todo es un poco ilógico: la tristeza va y viene, como un tren suburbano que nunca llega a tiempo. En los ojos, rojo por el cansancio y azul por los sueños.

Quiero oro para mi madre y un poco de amor para mí. Todo lo demás se puede curar con un placebo, porque a veces lo importante no es la medicina, sino quién está a tu lado mientras actúa. El corazón salta al ritmo de un rodeo, late de forma irregular, pero con fuerza. E incluso en la soledad hay lugar para el calor, silencioso como la luz de un escaparate en una calle vacía después de la lluvia.