Kalashnikov

La palma de la mano parece haber domesticado el metal: frío, seguro, como un viejo amigo de las fiestas nocturnas y el insomnio. Dormidos junto a él hay botellas, vasos vacíos y una nueva dosis de riesgo; el sonido del champán salta como un pulso, y la Kalashnikov en la mesita de noche se convierte en un absurdo juguete de seguridad. Aquí todo se mezcla: el titán con resaca, las cartas en tonos negros y rojos, la apuesta en Tipico y los intentos de dormir sobrio, y en este caos surge una extraña y casi tierna costumbre al peligro.

La voz del texto no habla del romanticismo del héroe, sino de los hábitos de la gran ciudad: la locuacidad en lugar de la acción, la cartera vacía y la moneda que solo se convierte en cicatrices y experiencia. Irónico y cálido, como si sonrieran entre dientes: «no te preocupes, las decisiones importantes pueden esperar hasta que te tomes otra copa». La vida al límite, donde la elección entre el amor y el dolor huele como el armario de ayer de alguien: fresco, sucio y casi hogareño.