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A veces, una ruptura no es una tragedia, sino una silenciosa actualización del sistema operativo interno. El dolor parece estar ahí, pero sin histéricas ni dramas: simplemente, el hábito se actualiza a la versión «ya no espero, pero recuerdo». El aroma de alguien aún flota en el aire, la voz resuena en los mensajes antiguos, y por dentro, poco a poco, se despliegan las alas.

Hay algo extrañamente cálido en no culpar y no esperar. Simplemente reconocer que el tiempo se ha acabado, pero que la gratitud permanece. Que incluso si no ha salido bien, aún así has tenido la suerte de tocar algo vivo. Y ahora puedes exhalar, porque el vacío no es una pérdida, sino un lugar donde por fin puedes ser tú mismo.