Do picia i mordobicia

El bajo profundo envuelve como una chaqueta gastada huele a sudor, cerveza y viejos entrenamientos, la voz lanza las líneas como un guante al ring; la sensación de que cada estribillo es un ladrillo en el muro de la amistad y el pequeño gamberrismo al mismo tiempo. La voz a veces anima sombríamente, a veces corta la autoconfianza con un látigo, como si en la terraza después de la pelea alguien estuviera bromeando sobre hazañas pasadas y de inmediato levantara un brindis. El estribillo funciona como un grito de guerra y como chicle para quienes están acostumbrados a medir el mundo a puñetazos y tragos: se bebe por diversión y por cálculos, por los que se quedaron cerca, y con los demás se arreglarán más tarde. Con una ligera sonrisa, se escucha cómo los entrenamientos y el escenario se fusionan en el ring, donde la risa y las muecas conviven con el dolor, y esto no es grandilocuencia, sino la cálida y ruda verdad de la compañía.