Камин

Son las seis de la mañana, la chimenea y la fotografía: la casa parece contener la respiración y mirar el fuego; los recuerdos se desvanecen en las llamas y las promesas se convierten en un vacío sutil, casi ridículo. El alma rota no suena grandilocuente, sino como una cansada aclaración en el diario de la vida: sí, dolió, sí, hubo carreras descalzas sobre cristales, pero ahora todo eso son pequeñas cicatrices cuidadosamente colocadas. Las estrellas caen no para salvar, sino como decorados en una obra de teatro en la que los papeles ya están repartidos y lo único que queda es el calor de las brasas y la extraña costumbre de mantener el pasado a la vista. Un poco de ironía, como si las catástrofes sentimentales requirieran un interior íntimo y una iluminación suave, y un poco de calor, porque incluso el vacío a veces parece acogedor a la luz de la madrugada.