Luciérnagas

La tristeza aquí no es ruidosa, es casi transparente, como el aliento en un cristal. El mundo parece haberse callado, escuchando cómo alguien intenta recordar la luz, no la de una lámpara, sino la que vive en el ser humano. Todo en este sonido habla de la ternura que ha sobrevivido a la pérdida y ahora lleva con cuidado el recuerdo para no derramarlo.

La música fluye como una vela en la oscuridad: en silencio, pero con fuego en su interior. No trata sobre la muerte, sino sobre lo que no muere: sobre el amor que permanece en el movimiento del aire, en las palabras que ya no se pronuncian, pero que aún se oyen. Y si se escucha con atención, parece que entre las pausas alguien susurra: «Estoy aquí. Siempre».