EL BARCZEWIANO

La ciudad respira con un sonido grave, el humo se mezcla con el neón y parece que aquí no son las calles las que laten, sino los corazones. Todo está ligeramente difuminado: los rostros, los acentos, el tiempo. Entre un trago y una risa transcurre toda una vida, pero nadie cuenta los minutos, solo los ritmos. Aquí no importa de dónde viene cada uno, lo que importa es quién no tiene miedo de quedarse hasta el amanecer. El mundo a tu alrededor flota, como si estuviera filmado con una vieja cámara con el filtro «fiesta sin fin». Y mientras suena la música, todo lo demás puede esperar, al menos cinco minutos más, que sin duda se alargarán hasta convertirse en años.