Kawior

Huele a sudor, ambición y un ligero aroma a whisky, enfriado «para después». Aquí no hay glamour ni pretensiones, solo el cansancio honesto de quienes trabajan duro mientras otros se divierten. Desde el barro, pasando por los créditos y las suelas desgastadas, hasta la mesa donde por fin sirven el «caviar». No como símbolo de lujo, sino como metáfora de un merecido descanso.

Las palabras no suenan como alarde, sino como un suspiro después de un largo turno. Hay orgullo en ellas por las victorias sencillas: alimentar a los suyos, resistir en un sistema malo, no venderse por el logotipo de otro. Un poco de cinismo, un poco de ternura y mucha verdad sobre el hecho de que, incluso en un mundo falso, a veces se puede vivir como un ser humano. Y aunque no quede caviar en el menú, lo importante es que en la mesa estén los tuyos.