SZURU BURU

El caos matutino en el baño, plasmado en el ritmo: pasta en los labios, agua en el suelo e interminables «por qué» en los ojos del espejo, todo ello suena como un himno satírico a la melancolía cotidiana. La voz parece discutir con la educación: hay una nota de reproche y una risita - «camina mientras te cepillas los dientes, con la izquierda o con la derecha, da lo mismo» - que suena como la filosofía de una pequeña libertad rebelde.

Una mezcla de irritación y dignidad obstinada: los agravios se convierten en metáforas de manchas en la alfombra, las exigencias de pureza del alma en exigencias de dientes limpios, y agarrarse al micrófono es casi un acto de supervivencia. Todo este ruido no es un grito, sino una delicada presentación de una lista de reclamaciones al mundo, que da lecciones de «educación» en piloto automático; al mismo tiempo, queda un afecto cálido, casi irónico, por la imperfección, como por un cepillo de dientes viejo, del que es extraño desprenderse.