All meine Jungs

Algo así como un hechizo nocturno: el bajo como el motor de un Lamborghini, las repeticiones - «all me» - como el contador de una tienda que no deja de sonar. Las palabras cortan la ciudad en pedazos: dinero, pandilla, «mis chicos», «mamá coge el dinero», y todo ello guiña el ojo, como si el lujo se exhibiera en un escaparate con iluminación de neón. En la voz hay a la vez seguridad y una ligera burla, como la de una persona que conoce el valor de sus trofeos y no tiene inconveniente en mostrarlos.

La fanfarronería se convierte en una escena casi cotidiana: amigos que «se han hecho a sí mismos», amigas que vienen «con una amiga» y un mundo en el que se pueden quemar billetes por el simple hecho de hacerlo. Aquí hay emoción y una amenaza un poco jocosa, como si la entrada al círculo no estuviera abierta a todos, sino solo a aquellos que están dispuestos a jugar según reglas especiales. Todo esto huele a champán, a cuero de los asientos y al calor del asfalto nocturno.

La sensación no es la de una historia sobre un héroe, sino la de una entrada en el diario de la ciudad: la orgullosa sencillez de las palabras se mezcla con la extravagancia de las imágenes. El ego es la moneda de cambio y la música es el letrero que atrae y guiña el ojo al mismo tiempo: entra, pero recuerda que aquí se paga con atención y risas.