Bassist

Enamorarse de la música está bien, pero enamorarse del bajista, y además zurdo... Aquí ya no sirven de nada los «argumentos sensatos». Todo se convierte en una canción, cada nota se te queda grabada en el corazón y el ruido de la ciudad se disuelve en un único ritmo. Incluso tu propia lista de reproducción se convierte en una confesión, en un diario en el que, en lugar de tinta, hay acordes y dedos que tocan hasta el cansancio.

El eterno Tokio, con sus luces y sus interminables multitudes, se convierte de repente en un escenario íntimo: el foco solo ilumina a él, y a su alrededor hay aplausos, como si fuera el ensayo de un gran amor. Y no importa lo serio que sea este sentimiento, si es un capricho adolescente o una obsesión adulta. Lo importante es que suena más fuerte que cualquier altavoz y no va a apagarse en el «encore».