Le départ

A veces, la nostalgia por la ciudad no huele a gases de escape y asfalto, sino a agua del río, bocinazos de trenes y cartas ligeramente húmedas que nadie escribe. En algún lugar allá lejos está la vida, la verdadera, ruidosa, con risas en las ventanas y música en los bares. Y aquí hay campos, espacio y demasiado tiempo para pensar. Así que preparo la mochila: algunas melodías, las bromas de mi padre, el acento de mi madre y toda la ingenua valentía que me queda.

Es hora de partir, aunque dé miedo. Porque si no es ahora, ¿cuándo? Que haya incertidumbre y errores con el «adios» francés, pero al menos el aire allí será nuevo. La casa se quedará, con el banco del parque, el olor a pan y el repique de las campanas al atardecer. Y por delante, el camino donde por fin se puede vivir, y no solo esperar a que todo comience.