Atlantide

Las palmas huelen a hierro y lluvia, como si la memoria ahora no se guardara en la cabeza, sino directamente en la piel. El mundo se desmoronó en reflejos en el vidrio, en gotas, en los destellos de los faros. Todo parece vivo, pero sin calor, como fotos antiguas que han perdido el color. Aquí el amor se mide en píxeles y la soledad en megabytes de silencio. En algún lugar lejano parpadea un pequeño punto de luciérnaga, como un recordatorio de que alguien todavía está esperando. El aire es helado, antártico, pero debajo de él sigue ardiendo una pequeña llama, la misma que no te permite detenerte, incluso cuando ya no hay a dónde ir.