Hotel Room

Huele a cloro, a champán y a eterna juventud, que no reconoce el mañana. Todo se disuelve en la espuma del jacuzzi: la vergüenza, los límites e incluso el recuerdo de nombres ajenos. La risa choca contra las baldosas como una burbuja y estalla antes de convertirse en arrepentimiento. El aire está denso de humo dulce y promesas en las que nadie va a creer. La fiesta se convierte en una confesión sin palabras: los cuerpos hablan en lugar de las voces, y cada uno parece convertirse por un momento en el protagonista principal de un videoclip, donde el lujo y la depravación son solo un telón de fondo para el aburrimiento. Todo esto es un poco vulgar, un poco divertido, pero desesperadamente vivo. Alguien tiene que recordar cómo suena la vida a todo volumen, incluso si por la mañana solo queda un zumbido en la cabeza y el número del hotel en la muñeca.