YOGURCITO

Huele a placer prohibido y a una cama en la que no queda ni una sombra de inocencia. Todo está impregnado de calor, audacia y ese tipo especial de confianza que solo tienen aquellos que saben exactamente lo que quieren y cómo conseguirlo. La música fluye como el sudor en la piel: pegajosa, dulce, que no te deja despegarte. Las palabras no son confesiones, sino un juego en el límite entre la pasión y el desafío. Todo es descaradamente divertido, pero no vulgar, porque en cada movimiento se siente el entusiasmo del cazador, no la casualidad. Ese ritmo no se escucha a medias: se vive con el cuerpo, hasta temblar en los dedos y tomar bocanadas cortas entre estrofas.