CLOUD 9

En la cabina del coche al atardecer, el bajo exprime una jactancia pegada a la piel, y la lengua parece pegada a la funda: es divertido y aterrador al mismo tiempo. Las frases repetidas son como un hechizo que contiene tanto un desafío como cansancio: "no pueden decir que no sé", "si miras demasiado tiempo, ¡pum!" - suenan como marcadores arrojados de autodefensa y patetismo escénico. Aquí no hay sentimentalismo afectuoso, pero sí una rutina casi doméstica de violencia: la costumbre de tener la mano en el gatillo, la costumbre de convertir la amenaza en un espectáculo. El humor nervioso se abre paso en líneas agudas, como un brindis por sus propias reglas de vida absurdas. Esta sensación no es una historia, sino una habitación mental donde la jactancia convive con una vigilancia cansada. Los ritmos son como el corazón, laten, e incluso las palabras más duras se convierten en un ritual rítmico: desahogarse, mostrar los dientes, seguir en el juego. Al final, uno quiere sonreír: una seguridad tan agresiva parece a la vez aterradora y modestamente hogareña, como un cuento de supervivencia con barba contado en la cola del café.