Destur

La noche, como un viejo conocido, susurra brevemente, al grano y con una ligera sonrisa entrecerrada: aquí no hay lugar para ceremonias, solo una carta sin engaños y la regla "si lo tienes, muéstralo". El ritmo es como un paso sobre adoquines húmedos: con cuidado, pero con intención, para que lo oigan, para que sepan que la reserva está escondida y la conciencia ha aguantado. En el texto se escucha una confianza que es a la vez amenazante y familiar, una ironía en la voz casi como un guiño a la vecina en el portal: "no te desanimes, vamos a cumplir la promesa". Las palabras parpadean en fragmentos: órdenes cortas, planes arrugados, una broma sobre el precio del queso y un mapa de Estambul. Todo esto hace que la imagen sea viva, obstinada y un poco cansada por la tensión constante. Donde otros solo ven una amenaza, se escucha un código antiguo: esconderse, demostrar, no rendirse, y un poco de humor tosco para no perder lo humano. Al final, la sensación no es tanto de peligro como de costumbre a una vida donde las apuestas son altas, y la cálida ironía ayuda a sobrevivir otra ronda.