Gevangenis

Apenas comenzó el lunes y ya se siente como si alguien hubiera dictado una cadena perpetua, sin derecho a fin de semana. Los días laborables se alargan como una condena por vandalismo menor contra mi voluntad. Pero en algún lugar por delante se vislumbra el viernes, el día de la gran fuga. Allí todo es diferente: cerveza fría en lugar de rejas, una barra en lugar de una celda, y amigos, igual de "liberados", solo por un par de horas. Y de repente, domingo, y las puertas se cierran de nuevo. Pero que sea. Por esa breve sensación de libertad vale la pena soportar toda la semana laboral. Porque incluso el preso más ejemplar debe tener su propio plan de fuga.