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Siete años es un tiempo decente para aprender un nuevo idioma, cambiar un par de trabajos y, posiblemente, incluso dejar de esperar. Pero no. El tiempo pasa, la gente cambia, pero por dentro sigue el mismo callejón sin salida de "y si acaso". La cálida costumbre de sufrir estéticamente: mirar la espalda de quien hace tiempo que mira hacia otro lado y consolarse con pensamientos sobre el "karma" y que "todo sucede por algo". Triste ingenuidad, envuelta en una hermosa melodía, donde cada línea es como una vieja notificación que, por alguna razón, da pena borrar.