FLACO

La difusa frontera entre la orgullosa soledad y la alegría repentina es como levantar pesas en el gimnasio: sudoroso, un poco ridículo y, por eso mismo, conmovedor. Aquí, los sueños de una casa junto al mar conviven con las monedas de bolsillo de los niños - euros, dólares, pesos - y parece que la riqueza no solo se mide por la cantidad de dinero, sino por el número de promesas y regalos que nadie ha pedido. En su voz se nota la disposición a la venganza y, al mismo tiempo, la suavidad de una persona con un rostro milagroso: a veces salvaje, a veces conmovedoramente vulnerable; una contradicción que calienta mejor que cualquier manta. Noches sin dormir, ritmo caribeño en las venas y ganas de caramelizar: palabras que hablan más del sabor de la vida que de un plan de fuga. La madre es como un código: no cambiar, no discutir, pero respetar; y si algo sale mal, el objetivo sigue siendo el mismo: ganar dinero, construir una casa, no pedir favores en bandeja. El amor aquí es loco, se da hasta el agotamiento; la traición y las ratas están cerca, pero no vencen, porque en el fondo hay una simple ambición y un poco de ternura. Toda esta mezcla es una brutalidad que guiña el ojo; un hombre guerrero que todavía está aprendiendo a ser tierno, y eso parece dulce y casi hogareño.