ABSENT

Cuando la vida huele a humo y asfalto después de la lluvia, las conversaciones se vuelven más cortas y las miradas, más pesadas. En este mundo de corazones quemados y prisas eternas, el dolor es casi parte del oficio y el frío, una forma de sobrevivir. Aquí no se trata de ternura, sino de una coraza que se extiende sobre el cansancio.

Y, sin embargo, a través de la voz ronca y el humo de las ventanas, se abre paso un deseo extraño, casi olvidado: que al menos alguien diga: «Habla conmigo». Sin poses, sin juegos, sin palabras innecesarias. Simplemente para recordar que, bajo toda esa dureza, todavía late un corazón vivo.