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Algunas cosas unen a las personas de una manera tan silenciosa que solo se percibe entre líneas. Como el susurro de la hierba donde alguna vez se leyeron libros, o el color de una camisa en un día de verano, cuando todo aún parecía infinito. El destino aquí no está en las fanfarrias, sino en un hilo delgado, casi invisible, pero obstinadamente dorado. Se extiende a través de ciudades, fracasos y coincidencias divertidas: desde una tienda de yogur mohosa hasta un parque donde las hojas se vuelven del color del miel.

A veces parece que el tiempo se burla: a veces corta, a veces vuelve a coser, dejando cicatrices con destellos. Pero esto también tiene su encanto: en cómo el pasado deja de arder y se convierte en un motivo para reír y enviar un regalo a los hijos de aquellos que una vez te hicieron daño. Y de repente todo encaja: todos los desvíos, todos los atolladeros, todos los retrasos, solo para llevarnos exactamente al lugar donde se encuentra la paz. E incluso si este nudo no es visible, una cosa está clara: alguien lo ha atado con una intención especial.