DM

Suave como un viejo jersey de lana, la pista huele a finales de otoño y café frío. En algún lugar entre «ahora mismo» y «no puedo dormir» transcurre la vida, aparentemente tranquila, pero por dentro todo zumba como un viejo tocadiscos. Un poco de pereza, un poco de melancolía y ese estado en el que el mundo se queda suspendido entre un mensaje sin leer y una respuesta que, de todos modos, nunca enviarás.

Así suena la generación a la que le da pereza llamar, pero le da miedo desaparecer. Donde los sentimientos no se expresan, solo parpadean en la pantalla, como satélites sobre la cabeza.