Estarabim

Como si la noche se hubiera convertido de repente en un anime, con neones, humo y una lógica un poco loca. Todo gira, parpadea, acompaña con «a-ja-ja», y entre líneas se esconde la autoironía: como si la vida no fuera una saga dramática, sino un nivel divertido en un juego, donde en lugar de una espada hay una copa de mezcal, y en lugar de un grito hay un encanto de «¡Pikachu!».

Aquí la seriedad no sobrevive, simplemente se esfuma, como el humo de los inciensos. Todo es demasiado bonito para ser casual y demasiado absurdo para ser planeado. En este extraño torbellino de palabras japonesas y alcohol mexicano hay una libertad sorprendente: puedes ser un demonio o un ángel, siempre y cuando el ritmo coincida.