Chamba

Hay encuentros tras los cuales todo el mundo parece guiñarte el ojo, como diciendo: «Mira, tu historia está a punto de comenzar». Una calle cualquiera, un rostro familiar y, de repente, el aire se vuelve denso, como antes de que llueva. Todo se vuelve demasiado ruidoso, demasiado brillante, demasiado vivo. Y el corazón, que normalmente se mantiene tranquilo, comienza a comportarse como un escolar en el recreo: hace ruido, se pelea, se ríe sin motivo.

El amor aquí no es sobre el patetismo, sino sobre esa extraña sensación de que incluso Dios ha intervenido en el guion, tan acertadamente ha coincidido todo. Cálido, un poco ridículo y con ese dulce temor que te hace querer ir despacio para no espantar el milagro.