Cifre

Los tambores suenan lentamente y con indulgencia, con un ritmo uniforme que esconde tanto elegancia como una amenaza sutil. La cuenta «una, două, trei» se convierte en un ritual: no es solo una cuenta atrás, sino una forma de mantener el orden en el mundo: el dinero, las mujeres, «todos los vagabundos», todo se resume en fórmulas breves y estimulantes que dan ganas de zapatear.

En el texto se juega con los números como con las cuentas domésticas: ironía sobre las deudas, un poco de fanfarronería y la importancia del «filtro» en la vida para no quemarse. Suena como un consejo callejero y, al mismo tiempo, como una regla personal: no dejar que los números te amarguen el humor, no convertirlo todo en un rompecabezas sin sentido. La voz lleva la cuenta y le guiña el ojo al oyente, a veces con suavidad, a veces con descaro.

Al final queda la sensación de una fiesta general: una cuenta compartida, donde cada «uno, dos, tres» es una invitación a levantar la copa y reírse de las sumas. El estilo es cálido y un poco descarado, como una nota en un diario que dan ganas de releer antes de volver a salir a la ciudad.