Lárgate

En la habitación hay un arsenal improvisado de sentimientos: un hacha sin usar, una botella de veneno en el bar y una pistola que se limpia con cariño, como si fuera un peluche. Todo esto parece estar expuesto en una estantería junto a una suave almohada para abrazar, una contradicción que al mismo tiempo cosquillea y pincha. El tono de la canción es teatral e irónico, como una malvada nana cantada en sueños.

En las palabras vive una precisa crueldad: el plan de venganza está descrito con sensualidad y humor, y la foto de la pared se convierte en blanco de dardos. Los celos se convierten en decoración del hogar, la destrucción en un ritual y la promesa de diez mil maneras en una hipérbole para hablar de la propia ofensa de una manera humana, divertida y un poco aterradora.

Esta sensación es como una entrada de diario, donde el sarcasmo convive con la calidez, y el deseo de desaparecer del campo de visión del otro se envuelve en un paquete melodramático. La canción parece sonreír entre dientes: dolorosa, aguda y con la silenciosa alegría de la liberación.