Prowadź Mnie Orle

Desde las primeras líneas se siente el aliento del bosque al amanecer, ese que aún es fresco, pero ya está lleno de la promesa de un nuevo día. El águila aquí no es solo un pájaro, sino un conductor entre mundos: con alas en las que duermen los antepasados y una mirada que ve más allá de lo humano. En cada uno de sus movimientos se esconden susurros de historias antiguas y el recordatorio de que un día puede significar mucho más que el ciclo habitual.

La música se despliega como la niebla sobre las copas de los árboles: suave, pero con fuerza interior. El golpe del tambor coincide con los latidos del corazón, y en algún momento se borra la frontera entre dónde termina el ser humano y dónde comienza el vuelo. Todo a su alrededor se convierte en símbolos: el giro de un ala, un destello de luz, una ráfaga de viento. No es solo una canción sobre la naturaleza, sino una sensación de pertenencia a algo más grande que la cotidianidad.

No hay ironía aquí, solo emoción y una ligera solemnidad. Pero hay calidez, porque en estas imágenes no hay misticismo por el misticismo, sino apoyo: como si alguien te cogiera de la mano y te elevara más alto, allí donde la libertad se siente no con palabras, sino con la respiración.