SINGAMO

La calle nocturna se convierte en una provocación rítmica: proclaman en voz alta «somos terror», pero se trata más bien de humor negro teatral que de un manifiesto, un desafío para la pista de baile, donde todos quieren sentir el golpe y al mismo tiempo reírse en la oreja. La voz aquí parece provenir del carnaval y de la barra de un bar al mismo tiempo: fanfarronería, presunción y una cálida descaro, envueltos en un grave bajo.

Los repetidos «hoy, hoy» y las conversaciones sobre «pares de gramos» funcionan como la cuenta atrás antes de un salto: nerviosismo, emoción y disposición para enfrentarse cara a cara con la noche. Aquí se mezclan el impulso hasta la locura y el coqueteo ardiente al límite: peticiones, promesas, pequeñas amenazas en broma, cuyo significado se adivina con una sola mirada. Todo esto no es sobre el drama, sino sobre el experimento: poner a prueba los límites, la capacidad de aguantar el golpe y luego reírse de la propia audacia.

La música es como una chispa en la gasolina: breve, brusca, imposible de ignorar. Al final queda una sensación de cálido caos, como si acabara de pasar un huracán de risas y adrenalina, y en el asfalto ya se secaran las huellas del baile y los ecos aún cálidos de la conversación.