McGregor

Las líneas ásperas huelen a asfalto, donde los puños ajenos y las cicatrices propias fueron la única escuela de la vida. En cada golpe del bate se oyen los callejones, los garajes y aquellos tiempos en los que «la calle decidía» quién eras. Las peleas de ayer se convierten en leyenda, las historias de hoy en un nuevo escaparate, y en algún lugar entre medias se esconde esa lealtad irreconciliable a las raíces.

La música encierra una irónica paradoja: el barrio permanece para siempre en la sangre, aunque ahora todo a su alrededor sea pelo rosa y discográficas brillantes. Parece como si el pasado y el presente discutieran animadamente entre sí, y el sonido solo echara más leña al fuego: de forma grosera, obstinada y honesta, como una conversación en la escalera bajo el crepitar de una lámpara de neón.