Nevermore

El eco sordo de noviembre y el olor del aire helado, que ni siquiera las paredes pueden retener. En estas líneas hay un cansancio que no llora en voz alta, sino que susurra en silencio en los rincones, como viejas cartas. Las palabras caen como piedras pesadas, sin fuerza ni brillo, pero aún así intentan mantener la forma, como la costumbre de enderezarse cuando se quiere acostarse.

Hay algo extrañamente hermoso en ello, casi como la primera escarcha en el asfalto: frío, doloroso, pero por alguna razón quieres mirar. Un fino hilo de esperanza aún se extiende a través de la oscuridad: como la luz de una linterna que ves desde la ventana cuando crees que ya nadie vendrá. Y por eso, por dentro, no solo hay vacío, sino también una especie de calor, como si la tristeza hubiera aprendido de repente a respirar.