DISIMULA

La noche vuelve a desempeñar el papel de cómplice: la luz es tenue, el aire huele a humo especiado y las miradas son demasiado directas como para fingir que no pasa nada. Él está ahí, ella está ahí, existe esa tensión que se puede ocultar con la palabra «disimula», pero al final la respiración y el temblor de las manos lo delatan todo.

El ritmo se balancea como si el corazón se hubiera sincronizado con el bajo, y ya no se sabe si es la música la que llama a acercarse o si es la adrenalina la que ha compuesto el ritmo. Aquí no se habla del mañana, de «y si se enteran» o «qué pasará después». Toda la filosofía se resume en una simple regla: ahora es lo correcto.

Y aunque las promesas se disuelven más rápido que el humo, queda esa misma sensación: como si el mundo exterior se hubiera apagado y los dos hubieran construido el suyo propio, ruidoso, atrevido, con un ligero toque de prohibición que solo le añade sabor.